De ese árbol milenario que es nuestro Romancero,
la memoria popular ha ido esparciendo romances, como
hojas volanderas, por toda la Península. Músicas
y versos brotan en cualquier rincón, se repiten,
entrecruzan y dividen. Y un día, sin saber cómo,
cuándo ni de dónde, te encuentras cantando
una vieja historia que, allí donde vas, otros
cantan contigo, sorprendidos de que tú la cantes…aunque
sea con algún verso distinto. Y entonces descubres
que algunas historias trascienden los siglos, y que
la de esta cándida y fiel Isabelita sigue poniendo
lagrimicas en los ojos de alguna persona mayor, una
chispa de ironía en la mirada de algunos, y una
sonrisa de desdén en los labios de otros (¡será
caradura, el tío!...) Pero mientras la sociedad
va cambiando, el pañuelo del romance sigue y
seguirá ondeando en la punta de una lanza, y
la irrepetible maestría de un poeta anónimo
se bastará –como siempre- con una estrofa
y un verbo en cuatro tiempos – bordaba, bordé,
estoy bordando y bordaré- para hacernos sentir
el roce de los años que vuelan.
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