Letra: Manuel Domínguez. Música
y arreglos: Miguel Sorribes.
Pasto que se descuida, pasto que coloniza.
Como ganadero, el montañés siempre ha
visto en el abrizón - brinzón, arizón
u erizón (Echinospartum horridum)- un
duro oponente, incluso un irreductible enemigo. Pero
no lo es.
Tan hijo del país como el que
más, -¿quién puede imaginar esta
vertiente del Pirineo sin abrizones y buchos?-, vive
su humilde vida de arbusto rastrero a la sombra –aunque
a pleno sol-, ignorado y discreto -¡salvo cuando
Julio lo encela, y amarillea…y con él la
montaña entera!-. Y la vive haciendo posible
que otros lleguen a vivir vidas más altas. Bajo
su enmarañada cabellera de espino, los árboles
futuros esperan su momento. Llegará. Y bajo sus
copas -entonces sí a la sombra-, privado del
sol, de la luz que para otros ha alumbrado, morirá
bajo el bosque que por él vive.
Si un día, por esos montes, lo
pisas y te pincha, no te quejes. Dale las gracias. Porque
él sí defiende su país. El nuestro.