Noche de estrellas, donde empieza el verano.
Aún huele a humo, pero se van apagando ya las
últimas chamineras.
Noche mágica. ¡Cuida!, no cierres hoy los
ojos, o mi país se te colará con toda
su belleza y su dolor hasta el fondo de los sueños
y del corazón, y ya no podrás sacártelo
de dentro.
¿No los escuchas llegar, cabalgando en el humo?.
Quieren vivir en tí. Te tienden la mano y miran
fijo, fijo, tus ojos. ¡No los cierres!. Esa niña
lleva los siglos como un adorno en su sonrisa de condesa
olvidada, y tras ella trae a un pueblo; y al duende
le arde la mirada como el fuego en el hogar o la cruz
en la carrasca. ¡No cierres los ojos; no los cierres!.
Amanecer del Pirineo. La luz desciende lenta por las
montañas, y aún huele a humo. Tú
has, por fin, cerrado los ojos. Todo, pues, ha terminado.
¿O es en realidad que todo comienza?.
Abre los ojos. Ábrelos, y verás que la
condesa es tu hija, y su pueblo el tuyo; y que desde
las brasas del fuego que arde en tu hogar, un duende
te sonríe con la sonrisa del padre que ya se
te murió, del hijo que aún no te ha nacido.
Entonces sabrás por qué no vamos a dejar
caer la casa ni apagarse el fuego. Entonces, sí,
verás en cada chaminera ondear orgullosas -como
han hecho desde siempre, como por siempre han de hacerlo-
las banderas de la vida, las banderas de humo
de tu País Perdido.