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Disco La estación de las violetas

 

   

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Tanto esperar la albahaca… Y así (¡quién lo esperara!) con el crepúsculo y la otoñada, con los primeros fríos –incipiente canción de despedida-, lo que nos ha brotado entre las manos ha sido un puñado de violetas.

Flor valiente, imprescindible y cotidiana -sin ellas, ¿cómo vivir?-. Flor, belleza y dignidad, que no se rinde ante el maltrato ni los hielos. Flor de vida, flor que canta.

¿A quién le cantábamos al cantarte, condesita?... A ti y a todas os cantamos hoy. Las que eran, las que sois, las que serán. La que nos falta.

A las que se os ve y a las que no. A las que estuvisteis detrás y nos aupasteis (¿o sería mejor decir, nos aguantasteis?) Sin vosotras, ¿qué Ronda, qué matraca?

Nunca las habéis pedido: ¡Gracias!

Gracias hemos de dar por tanto y tanto. Y a tantas.

María. María José. Carmen. Ester, Ana y Emma. Eva. Siete violetas que hacen estación. La más bella que tendremos. Un momento y un lugar irrepetibles: hoy y aquí. La estación de las violetas que ¡(proclámalo con nosotros y con ellas) viniendo está y ya llega! (si la hacemos llegar, nunca lo olvides)

Y hasta que llegue… De camino, y le cantamos. Las canciones, nuestras. La voz, de ellas. (Y si nos véis de palmeros, ¡no sabéis qué privilegio!)

María… Rozalén, queremos decir: la primica de Albacete, la nieta de Francisco, camillero de la 43. La que un día, por amar al Pirineo, vino a conocernos… y nos conquistó. Escuderos de esa Dama andante de la Mancha -rondadores Sancho Panza- tras su voz ayudamos a que vuele un homenaje a las mujeres de esta montaña nuestra, tan triste, adorable y desolada.

¡Vuela, vuela, golondrina, prima… hermana! María la de Letur. María la albaceteña.

Y algunas canciones más allá, después de la fantasma, la mora del ibón, la encadenada tristeza de la casa que se nos cae, el final que nos arrasa, los violines y el piano que nos matan de melancolía y belleza… la esperanza. La voz más dulce y sabia de esta amada tierra atolondrada y amarga. María José Hernández. ¿Quién, si no?… Voz de hada para cantarle a la casa que renace, a los pasitos que nos devuelven la vida. Al increíble milagro que es un niño; que es seguir aquí. Al corazón pequeñito que disciplina al caduco reloj y a las inapetentes y estrechas cañerías. A la casa que esperaba a la ninona. Que por ella, ni cayó ni piensa ya caer. Una vez y otra vez más: a la vida.

Y, !ay, ay, vida! Que aquí llega el terremoto, el masaje cardíaco que pedías, país. La rasmia y el tembleque de emoción: Carmen París. ¡Qué bárbara, niña! Con un despliegue vocal que acojona y maravilla,-entre la inolvidable Pradera y una renovada faraona aragonesa- Carmen nos deletrea, desmenuza y recompone, una historia de amor y física. ¿Cuánto peso aguantarán esas mujeres –cariátides con un par, como han sido siempre las de esta tierra- si nosotros les fallamos? Si quieres que te digan sí, zagal ¡arrima el hombro!

Y ya estamos aquí (mientras nos vamos). Pero ellas quedarán. ¡Caray, qué alivio! Ester Vallejo, Ana Diáfana, Emma Sanchez. (La edad nos lo permite): ¡ay, ay, hijicas! En vuestras manos, en vuestras voces, el futuro de esta tierra. ¿Qué os podemos dar, salvo el testigo? Y una canción para que nos la cantéis. La principal. La merecida. Una estación, un sueño a compartir. Tal vez poco entre tres. Ya perdonaréis. Que se queden con ganas de oír más. (¡Que sois tres!) ¡Con un par, chicas!

Y al final, los Amaral (Eva y Juan) Decir mucho de ellos siempre será poco. Están aquí, creeemos, - lo sabemos- por aragoneses y solidarios . Y por ellos está aquí el aragonés. Palabras, parabras, parolas. Los poetas mandan ¿o no? Con las tres hacen belleza. Cada cual tiene su quién, su modelo y su futuro. Los poetas, los amantes de la lengua, que la crean y la comparten, nos dirán. Que hablen los sabios. ¿Y hasta que digan? Escribamos y callemos.

¿De verdad hemos de callar? ¡Claro que no!

Contra el silencio, y con respeto, ¡hablad y hablemos!... Con amor, chirmans.

Y entre violeta y violeta -¿no era este un disco de La Ronda?- algún cardo.

De Bujaruelo al desierto y de Sabiñánigo al cielo –altero azul de Sobrarbe…- (¡qué buen alcorce, ixe túnel de Fiscal!) aquí tenéis lo de siempre, como nunca. Violinistas de Sabi y paloteadoras del Ara. (¡Bravo, al fin, por esas chicas de Boltaña!...) Almetas nuestras, ojalá este soplo os alborote el corazón y os despeine los flequillos. Y puestos a bailar, ¡tacón y punta! (o viceversa)

De aquél días de albahaca a este tiempo de violetas, treinta años. Y con ellos, vida y media.

Y cuando el disco termina, la vida sigue. La condesita de ayer le canta hoy a la condesa de mañana.

¿Eran siete violetas, o son ocho?

¿O sois todas?

Por vosotras.

 

 


Ventolera
La tumba de la golondrina
El Ara y el viento (Palotiau y batán)
Travesía de la casa vacía
La sala de los ecos
Pasitos de hada
Nuei d'almetas
El patio de las cariátides
Tacón y pun
Proclama. La estación de las violetas
Clamar en el desierto
Canta d'a luenga matria