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¡Qué lejana esa mañana! ¡Qué dulce y primaveral! Claroscuro hecho de nubes y un sol pálido detrás. De repente, en la ventana un fugaz repiquetear: armonía, melodía de la lluvia en el cristal. ...De la mano tú y yo, ¡cuánto ha llovido ya! (Tal vez nunca pasó, ¡y no lo sé olvidar!) Sobre el puente del Ara, bajo un paraguas, viendo llover; viendo cómo las aguas bailan el vals del “nunca volver”. ¡Ven!, ¡cierra ese paraguas! ¡Ven!, ¡vamos a bailar!, que en toda la Avenida no quedará un charco sin pisar. ¡Ven!, ¡que ya está parando! ¡Ven!, ¡déjate empapar!, que es nube pasajera -¡y se va y se va!...- la felicidad. ¡Qué interminable esta tarde, fría, oscura y otoñal! ¿Tú qué tapas, boira preta?, ¡si no hay nada que mirar! La ventana cuenta un cuento del que ya me sé el final: el monte es el que se queda, el río es el que se va. ...Barquito de papel, ¡fue ella la que marchó! (El monte aún sigue ahí: Perdido, como yo) En la casa vacía, si cae la lluvia, dice tic-tac. El tiempo que has perdido hace aún más daño cuando se va. ¡Sal, sombra, de mis sueños! ¡Sal!, ¡vamos a bailar!, que algún reloj parado nos marcará el tiempo de aquel vals. ¡Qué extrañas armonías las de la soledad! ¿Soy yo quien desafina, o es que tú vas fuera de compás? Pasa a veces que ni el día recuerda si viene o va. ¿Llega el alba, o cae la noche?... ¡El crepúsculo sabrá! Pasa a veces en la vida que uno está “crepuscular”: (...Ni contigo, ni sin ti; ni “palante”, ni “patrás”) “...Y todo a media luz, crepúsculo interior.” (La vida, a medio gas, y al ralentí, el amor): ¡Qué instantes de armonía!... ¡Qué tontería! ¡Qué falsedad! El mundo no te espera: Giras con él, o te deja atrás. Tú baila como puedas; vivir es no parar. Hay quien se marca un tango y el mundo está tocándole un vals. ¿Te aburre el viejo cuento?... ¡Pues cámbiale el final! ...Son sólo un par de estrofas, ¡y el río vuelve, o el monte va! ¡Ven, armonía, ven a bailar! Si vuelvo a perder el compás ya procuraré no pisar.
Letra: Manuel Domínguez |
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