Cada
canción que cantemos, cada libro que sepamos escribir en ella, un paso -¡mejor
si puede
ser doble!- hacia el día que va llegando, hacia la lejana claridad que anuncian
las voces de esos niños que, como pajaricos al alba, cantarán sus lecciones
en aragonés.
Cada palabra
que perdemos u olvidamos
es una estrella que se nos muere en silencio
en el ya tan oscuro cielo de ese país de anochecida que es nuestra lengua
moribunda.